LA CIENCIA DE LOS HUEVOS BENEDICT
¿Por qué es tan difícil hacer huevos escalfados? ¿Tengo que ofrecer mi alma al diablo para hacer salsa holandesa? El Comidista llega al rescate para conseguir el desayuno dominguero gocho perfecto.
. Se hacen con ciencia, se comen sin sentir ANA VEGA 'BISCAYENNE'
La palabra brunch nació en 1896 para describir el desayuno tardío de los ingleses más parranderos en un domingo de resaca. Incomprensiblemente, algo tan sencillo y antiguo se ha convertido en epítome del pijerío culinario de las grandes ciudades: un menú de media mañana que cuesta un ojo de la cara e incluye zumo, cóctel, dulces, tostadas y hasta champán. Y siempre, siempre, siempre, huevos Benedict.
Mejor o peor resueltos, estos huevos son la estrella del brunch (“brantx”, como he llegado a ver escrito en Bilbao) o desayuno-almuerzo vacaburro. De origen estadounidense, consisten en huevos escalfados con jamón sobre pan o muffin inglés tostado, y coronados con mucha salsa holandesa. Los huevos Benedict saben a néctar y ambrosía estés de resaca o no, y a pesar de ciertas leyendas negras que circulan por ahí, son bastante fáciles de hacer en casa. Se acabó lo de pagar un riñón por unos huevos tristes con 'monyork' y una salsa amarillenta que no sabe a nada.