De camino por Asturias (I)
En Ribadesella lo dejé y en Ribadesella lo retomé. Echar a caminar a primera hora de la mañana desde el paseo en el que se contempla su exultante y elegante playa es una invitación a vivir por un instante sumergido en esa distinción que tiene el Norte. Es un camino moteado de piedras de indianos, un sube y baja permanente desde los cielos hasta los hoyos. Es poner a prueba las piernas, el peso en la espalda, el cansancio inmediato. Tereñes, San Esteban de Leces y, más allá, la playa de Vega donde rompía el mar con esa inclemencia que a veces gasta el Cantábrico y que invita a contemplarlo con prudente distancia. Todo cerrado a esas horas y en esos días. Menos mal que Abel de Güeyumar, la brasa perfecta, me socorrió con un café reparador antes de que anduviera por la vera de algunos riscos camino de Colunga y Sebrayo, con estratégica parada en La Isla.