
Copia del ukiyo-e titulado Geisha y su sirviente. El original data de 1777.
Las geishas no son prostitutas. Lo afirman ellas de manera tajante y lo corroboran las leyes japonesas. En 1958, tras prohibirse oficialmente la prostitución en Japón, muchos burdeles se camuflaron tras la etiqueta de spas o baños turcos.
A las geishas no les hizo falta adaptarse. Imperturbables, siguieron con su oficio centenario: la ley no iba con ellas y nadie habría osado molestarlas. Si un occidental tiene el raro privilegio de asistir a un banquete con geishas y espera intimar con alguna de ellas al final de la velada, casi con toda seguridad quedará decepcionado.
A pesar de ello, los padres japoneses suelen oponerse a que sus hijas ingresen en “el mundo de la flor y el sauce”, celosamente preservado, pero no del todo respetable. Por más elegante, tradicional, inofensivo e incluso trasnochado que resulte hoy el erotismo de las geishas, estas acompañantes femeninas siguen dejando tras de sí un aroma a fruta prohibida.