Es año olímpico y no he podido evitar fijarme en una curiosa coincidencia histórica que tiene la ciudad de Tokio como protagonista. Los aficionados al deporte llevamos casi dos semanas enganchados a la competición deportiva por excelencia, los Juegos Olímpicos que, en su 32ª edición, se están celebrando en la capital japonesa. Unos Juegos que deberían haber tenido lugar un año antes, pero que se aplazaron a causa de la pandemia provocada por la Covid-19. Pero lo más curioso es que no ha sido la primera vez que la capital japonesa estaba destinada a ser sede olímpica y veía como el sueño se desvanecía. En 1936, después de los Juegos Olímpicos de Berlín, el Comité Olímpico decidió que Tokio sería la futura sede de los 12º Juegos de la era moderna y que tendrían lugar en 1940. Sin embargo, el mundo de entreguerras estaba en el máximo punto de ebullición y, dos años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Japón y su agresiva política expansionista provocaron el inicio de la Segunda guerra sino-japonesa (1937-1945), y los nipones tuvieron que renunciar a la organización de los Juegos. La responsabilidad, entonces, recayó sobre Helsinki. Pero parecía que aquella edición estaba destinada a no celebrarse y finalmente se canceló debido al estado de guerra total en el que se encontraba Europa en el verano de 1940. Desde entonces hasta el pasado año, nunca se había vuelto a interrumpir un ciclo olímpico, casualmente, las dos ocasiones con epicentro en la misma capital.
Es cierto que los Juegos Olímpicos, al fin y al cabo, son solo deporte. Pero, la trascendencia y la trayectoria del evento permite afirmar que, con el paso de las décadas, su recorrido ha sido en muchas ocasiones un fiel reflejo del momento histórico en que se celebraron.
El mismo origen de los Juegos nos remite a la Grecia clásica, uno de los pilares de nuestra civilización y un periodo que ha fascinado a los historiadores incluso más de 2.000 años después de su máximo esplendor. Los eventos deportivos eran todo un acontecimiento para la sociedad que alumbró la democracia. Cuatro destacaban por encima de los demás, y recibían su nombre en función del lugar en el que se celebraban. Se organizaban periódicamente con un intervalo de tiempo determinado –como en la actualidad–, eran un reflejo del culto al cuerpo que se profesaba en la antigua Grecia, así como de la veneración de su panteón, y del tipo de juegos y competiciones a los que eran aficionados: lucha, boxeo o carreras de carros y caballos entre muchos otros.
La adhesión del Imperio romano al Cristianismo como religión oficial y la prohibición del culto pagano condenaron los juegos a la desaparición. Habría que esperar 1.500 años para contemplar su renacimiento. En 1896, un historiador convencido del poder de la pedagogía del deporte, Pierre de Coubertin, consiguió materializar su sueño de recuperar los antiguos juegos griegos para convertirlos en la competición internacional deportiva por excelencia. Los primeros fueron los de Atenas, en 1896, pero le seguirían los de París (1900), Saint Louis (1904), Londres (1908) o Estocolmo (1912), algunos con más éxito organizativo que otros pero llenos de récords y anécdotas que conforman la historia de los primeros años de los Juegos Olímpicos modernos.
Lamentablemente, de nuevo la historia puso en jaque el evento, constatando que muchos de los acontecimientos clave del siglo XX se ven reflejados en la propia historia de los Juegos. En 1914 estalló la Primera Guerra Mundial (1914-1918) por lo que en 1916 tuvo lugar la primera de las tres cancelaciones históricas de los Juegos.
Durante el periodo de entreguerras, Europa fue escenario del auge de los totalitarismos. En Alemania, Adolf Hitler había ascendido al poder en 1933 y quiso aprovechar la organización de los Juegos Olímpicos de 1936 que el COI había otorgado a Berlín como un escaparate desde el que poder mostrar al mundo las bondades de su régimen –para muchos, las lacras.
Un atleta se irguió como símbolo del desafío a las teorías de superioridad racial que defendía el Führer: Jesse Owens. Su historia de amistad con Luz Long, uno de los deportistas arios favoritos de Hitler, es una de las lecciones más entrañables de la historia de los Juegos Olímpicos. Durante la prueba de salto de longitud, Owens estaba a punto de ser eliminado por dos nulos consecutivos cuando Long le aconsejó no apurar tanto para conseguir la mejor marca. En el siguiente salto Owens siguió su consejo y se metió en la final junto al alemán, donde el segundo salió derrotado por un Jesse Owens que subió a lo más alto del podio de las cuatro principales pruebas de atletismo: 100 m lisos, 200 m lisos, salto de longitud y los relevos 4x100 m. Es fácil imaginar a los altos mandatarios nazis revolviéndose en sus asientos mientras los dos deportistas daban la vuelta de honor al estadio juntos, certificando una amistad que Owens describió así unos años más tarde: "Se podrían fundir todas las medallas y copas que gané, y no valdrían nada frente a la amistad de 24 quilates que hice con Luz Long en aquel momento”.
El periodo de la Guerra Fría también se dejó sentir en la competición, pues desde el final de la Segunda Guerra Mundial el COI debió decidir a qué comités nacionales aceptaba. En Londres 1948 no participaron ni Japón ni Alemania (RFA), aunque sí lo hicieron ya en Helsinki 1952. Sin embargo, no tuvo representación la República Democrática Alemana (RDA), por su afiliación comunista. Y como signo del cambio de los tiempos, en Helsinki tuvo lugar el debut de la Unión Soviética en unas Olimpiadas.
Hay infinitos episodios históricos que han tenido como escenario alguna de las ediciones de los Juegos, muchos de ellos grabados en el imaginario colectivo de los aficionados al deporte. Es inolvidable la imagen de ese podio de los 200 metros lisos de México 1968 con los dos puños negros en alto –y que, por cierto, también esconde una historia de amistad que fue más allá de la anécdota.
Imborrables son también las imágenes de los terroristas palestinos que tiñeron de sangre los Juegos de Múnich 1972 reclamando la liberación de presos y poniendo en primera línea mediática un conflicto histórico como era el árabe-israelí, tan presente todavía en la actualidad. Y, de nuevo, una señal tan tardía como inequívoca de una nueva era cuando Sudáfrica fue admitida por primera vez en los Juegos de Barcelona 1992 después de haber abolido las políticas del Apartheid en el país.
Así, el círculo se cierra cada cuatro años incorporando nuevos hechos históricos que son, efectivamente, un fiel reflejo de la realidad que rodeaba a los juegos en cada edición. Inevitablemente, los de Tokio 2021 serán recordados como los Juegos de la pandemia, y cuando alguien eche la vista atrás quizás desde el 2121 y se pregunte por qué en aquella ocasión los Juegos se celebraron en un año impar encontrará la respuesta en los libros de historia. Pero Tokio 2021, también se recordará como aquellos juegos en los que seguían reinando valores olímpicos como el juego limpio, la igualdad y superación que Pierre de Coubertin se propuso estampar a su legado. Unos valores que hemos podido ver en una estrella como Simon Biles ejerciendo de ayudante de su equipo y animando como una más tras haber tenido que renunciar a algunas pruebas para cuidar su salud mental. O en las rivales estadounidenses de Schoenmaker que, después de ver como la sudafricana batía el récord de los 200 m braza, no esperaron a salir de la piscina y se fundieron en un húmedo abrazo de felicitación. Y como en otras ediciones, no hay que olvidarse también que las deportistas siguen usando el escaparate de los juegos para reivindicar causas justas, como es el caso del equipo de gimnasia alemán, que ha escogido un uniforme con las piernas cubiertas para lanzar un mensaje sobre el vestuario sexista de los deportistas.
Está comprobado que el deporte también hace historia. Es una más de las maneras en las que el ser humano imprime su huella en este concepto tan abstracto que es el tiempo. Y estos días tenemos la oportunidad privilegiada de verlo en directo. Todavía quedan cuatro intensas jornadas con muchas finales. La emoción está servida.
¡Hasta la semana que viene!
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