Luxor, noviembre de 1922 | NG Historia

 

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Jueves 10 de noviembre de 2022
Howard Carter

Howard Carter

Arqueólogo y egiptólogo

Soy Howard Carter y he encontrado la entrada a una tumba subterránea...

 

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El arqueólogo Howard Carter acaba de descubrir la entrada a la tumba del faraón Tutankamón. Escribe una carta a su mecenas, George Edward Stanhope Molyneux Herbert, V conde de Carnarvon, explicándole el descubrimiento y urgiéndole a viajar hasta Egipto para abrir juntos la puerta de lo que está convencido que es la sepultura real. Texto: Àlex Sala 

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Luxor, noviembre de 1922

Querido lord Carnarvon,

Debe acudir a Luxor lo más pronto posible.

Es un placer para mí anunciarle lo que creo que es el maravilloso descubrimiento que ambos estábamos esperando desde que nos conocimos. Una tumba magnífica en la necrópolis real del Reino Nuevo, el Valle de los Reyes, con los sellos intactos, podría ser, incluso, la tumba perdida del faraón Tutankamón.

Mientras le escribo esta carta me embarga la emoción. Lo hemos logrado, querido amigo. Delante de nosotros ha aparecido, bajo toneladas de arena y escombros, una entrada sellada hace milenios que estoy seguro esconde el premio a tantos años de trabajo, los fabulosos tesoros funerarios de un faraón. Debo apremiarle a que se presente pronto en Luxor, porque si se expandieran las noticias del descubrimiento podrían atraer a ladrones y saqueadores que echarán a perder nuestro momento de gloria.

El feliz hallazgo se produjo el pasado 4 de noviembre, en la zona del poblado de obreros situada frente a la tumba de Ramsés VI. Hacía apenas unos días que habíamos comenzado a trabajar en el último lugar que queda por horadar del triángulo entre los sepulcros de los faraones Ramsés II, Ramsés VI y Merneptah, donde estoy convencido que se encuentra la tumba del soberano de la dinastía XVIII Tutankamón.

Esquema del Valle de los Reyes en Luxor con las tumbas de Tutankamón, Ramsés VI, Merenptah y Ramsés II marcadas.

La noche anterior, nuestros operarios habían terminado de excavar un grupo de cabañas de esos obreros y, debido a la falta de luz, decidimos proseguir al día siguiente. La mañana del 4 me levanté pronto y, como cada jornada, me dirigí a la zona, donde los operarios ya habían comenzado su trabajo. En condiciones normales me habría recibido el griterío y el barullo que reinaban en el día a día de la excavación, pero un inusual silencio se había apoderado esa mañana de aquel lugar.

Malos presagios, ha ocurrido un accidente, más habituales de lo que sería deseable. Espero que no haya muerto nadie, pensé para mí mientras me acercaba. Y cuál fue mi sorpresa cuando uno de los capataces me interceptó para contarme, casi entre susurros, como si fuera un secreto, que habían encontrado un escalón en el lecho rocoso del río, bajo una de las cabañas que excavamos en la víspera.

Un operario egipcio a las órdenes de Howard Carter junto a la entrada de la tumba de Tutankamón en la que se aprecia el primer escalón que llevaba a la puerta de entrada.

El corazón me dio un vuelco, ¡un escalón de roca que se hundía en el suelo! Eso tenía que ser una escalera. ¿Hacia dónde llevaba? ¿A una tumba? Sin duda. ¿A nuestra tumba? Demasiado bonito para ser verdad.

Pero, lord Carnarvon, en realidad era las dos cosas, bonito y verdad. Después de llegar apresuradamente al lugar e inspeccionar el hallazgo ordené que prosiguieran la excavación. Los obreros retiraban con tesón arena y piedras e iban vaciando el suelo: tras el primer escalón, el segundo, después un tercero y un cuarto... ¡Una escalera excavada directamente en la roca, una entrada subterránea!

Tan solo nos detuvo la ausencia de luz al anochecer. Ordené a los trabajadores que marcharan a descansar y los convoqué a la mañana siguiente para continuar con el trabajo. No tengo que decirle lo ansioso que estaba. Dormí poco, inquieto. Nada más despuntar las primeras luces del alba reanudamos nuestra frenética labor de excavación.

Las decenas de operarios, hombres y niños, formaban una larga cadena humana que trabajaba sin pausa. Removían piedras, arena y escombros y sacaban a la luz más escalones. Por turnos entraban en el cada vez más profundo agujero, llenaban sus cestos y se los ponían sobre la cabeza o los hombros para salir afuera a vaciar su pesado contenido. Los que regresaban con sus capachos vacíos ocupaban el lugar de los que subían. Trabajaban sin descanso y, aun así, yo tenía la sensación de que iban demasiado despacio.

Trabajadores egipcios cargan cestos con tierra y piedras que sacan del interior de la tumba de Tutankamón durante las excavaciones.

Por la tarde ya había aparecido una hermosa escalera, de 45 grados de inclinación, que descendía en línea recta hacia el subsuelo. En un momento dado, lo que comenzaba como una escalera al aire libre, se transformaba en un túnel con un techo recto de tres metros de altura. Cualquiera que haya trabajado en el Valle de los Reyes se habría dado cuenta: estábamos sin lugar a dudas ante la entrada a una tumba subterránea.

Poco antes de la puesta de sol, nos topamos con la parte superior de una puerta enyesada. Increíble, en apenas dos días habíamos vaciado toneladas de escombros que habían sepultado esa entrada durante más de tres milenios. Ninguna inscripción ni jeroglífico delataba al propietario, pero sí pudimos distinguir la imagen del dios cánido Anubis sobre los nueve prisioneros arrodillados y atados de manos, que representan los tradicionales enemigos de Egipto. ¡Era el sello del Valle de los Reyes con el que se precintaba todas las tumbas reales de la necrópolis!

 

El sello de la necrópolis del Valle de Los Reyes que precintaba la entrada de las tumbas reales.

Estaba anocheciendo de nuevo y debíamos detener otra vez nuestro trabajo en el momento más emocionante. Antes de ello, hice un agujero en una viga de madera que había aparecido sobre la puerta e iluminé detrás de esta con una linterna. Dentro vi lo que parecía un largo pasillo atiborrado también de rocas y escombros, como si alguien hubiera puesto mucho empeño en ocultar lo que se esconde tras él.

Quedaba poco tiempo de luz y debía tomar una decisión, seguir o detenerme. No le quepa duda de que mi primer impulso me pedía continuar allí toda la noche, sin luz, excavando si fuera necesario con mis propias manos hasta saber qué había encontrado: la tumba de un faraón, un almacén de momias, de objetos sin valor, tal vez una estancia destrozada por las periódicas inundaciones del wadi.

Pero por respeto a usted, que incansablemente ha financiado toda esta aventura de excavaciones infructuosas en medio del desierto desde hace casi una década, he decidido posponer la apertura hasta su llegada a Luxor. Si tenemos que encontrar la tumba más fabulosa hallada en toda la historia debemos hacerlo juntos. Es lo justo.

A punto de llegar la noche, el capataz ordenó a sus atónitos trabajadores que deshicieran toda la labor realizada las jornadas previas y que taparan en pocas horas lo que tanto esfuerzo les había costado desenterrar. La procesión de nativos era esta vez en sentido contrario, los capazos iban llenos desde la montaña de escombros acumulada durante los dos días anteriores y descargaban en el agujero hasta rellenar la escalera que horas antes todavía estaban descubriendo.

Dispuse un sistema de guardia nocturna con los hombres de más confianza para proteger nuestro tesoro. A la mañana siguiente rellenamos toda la excavación hasta ocultar el primer escalón y pusimos dos grandes rocas sobre el suelo aplanado, borrando todo rastro del descomunal descubrimiento.

Lord Carnarvon, no quiero hacerme ilusiones, ni quiero darle falsas esperanzas; tengo mucha fe puesta en lo que podamos encontrar tras esa puerta, ahora enterrada hasta su llegada al valle, pero no puedo negar que existe la horrorosa posibilidad de que la tumba esté vacía o sea un enterramiento inacabado, como tantos otros encontrados en el valle. Tal vez solo sea otro escondrijo de embalsamamiento o almacenamiento de materiales para la momificación. Sin obviar el riesgo casi cierto de que el enterramiento haya sido desvalijado por los saqueadores.

Mientras excavaba centímetro a centímetro la puerta enyesada soñaba con hallar el cartucho que nos indicara que estábamos ante la tumba de nuestro faraón perdido. El símbolo jeroglífico rodeado por una cuerda ovalada con cualquiera de los nombres de nuestro faraón perdido, el de nacimiento, Tutankamón, o el de reinado, Nebkeperure, pero fue en vano. ¿Puedo estar equivocado? ¿Será un nuevo fracaso? Las dudas no paran de asaltarme.

Pero existe la ínfima posibilidad que la estancia que encontremos detrás de la puerta contenga el tesoro fabuloso e intacto de un faraón que ha permanecido olvidado y ha pasado desapercibido durante más de 3.000 años, y a ella me aferro. Nadie pondría tanto esfuerzo como el que se realizó allí para ocultar algo sin valor.

Todo el mundo da por sentado que el sepulcro de Tutankamón estaba en la tumba 54, situada al final del camino en el que se encuentran las tumbas 16, 17 y 18, donde se enterró a Ramsés I, Seti I y Ramsés X. Cuando la tumba 54 fue descubierta, en 1907, el entonces propietario de la concesión de la excavación del Valle de los Reyes, Theodore Davis, anunció a bombo y platillo que había hallado la tumba de Tutankamón y desde entonces nadie ha puesto en duda tal afirmación.

Aspecto actual del Valle de los Reyes con las tumbas alrededor de la de Tutankamón señaladas.

Pero ya sabe que ese lugar, en mi opinión (contraria a la del resto de arqueólogos y egiptólogos que han trabajado aquí) sería en realidad tan solo un pozo de embalsamamiento, o un almacén, y los restos de comida, objetos y coronas de flores que llevaban el sello del faraón tendrían que ver tan solo con la momificación y banquete funerario en honor al rey.

Si yo tengo razón y la tumba de Tutankamón está en algún lugar por descubrir del Valle de los Reyes es este, bajo la tumba de Ramsés VI y las cabañas de los obreros que trabajaron en ella casi dos siglos después de la muerte del rey Tut. Su tumba habría quedado sepultada bajo el nuevo enterramiento real y habría sido olvidada para siempre.

Disposición de la tumba de Tutankamón situada debajo de la de Ramsés VI en una fotografía tomada en la década de 1920. 

Es una hipótesis de lo más plausible y sería lógico albergar alguna esperanza en encontrar el ajuar del faraón dentro de una sepultura de la que se habría perdido la pista de forma tan temprana.  

Desde que usted y yo logramos la concesión de los trabajos en el valle en 1914 los resultados han sido más bien pobres, lo reconozco. Pero créame cuando le digo que este es el momento en que demostraremos lo equivocado que estaba Theodor Davies cuando aseguró que el valle se había agotado y que abandonaba todas las excavaciones.  

Hace años que somos los únicos que creemos que la tumba de Tutankamón se encuentra todavía en esta necrópolis. Usted ha gastado gran parte de su fortuna patrocinando mi trabajo durante años y sé lo difícil que es mantener mi convicción de que no será en vano, pero presiento que ahora verá recompensada su fe en mí.  

Desde que empezamos esta gran aventura de excavaciones por el Valle de los Reyes en la que solo creímos usted y yo, lo que comenzó como una pasión compartida por el antiguo Egipto, sus tesoros y sus misterios, ha terminado convirtiéndose, al menos por mi parte, en una sincera amistad. Créame cuando le digo que siento realmente que no estuviera aquí con nosotros para compartir la emoción que sentimos al ver que podemos estar ante algo tan grande que ni siquiera podemos imaginar. 

Espero su pronta llegada y deseo que esto sea solo el inicio de una historia maravillosa. 

Atentamente, 

Howard Carter. 

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Si quieres saber cómo siguió la aventura arqueológica de Howard Carter y Lord Carnarvon te lo explicamos en este reportaje sobre el descubrimiento de la tumba de Tutankamón. Y para conocer más profundamente el trabajo de Carter te contamos también cómo procedió a documentar y vaciar dos estancias de la tumba: la Cámara del Tesoro, con algunas de las piezas más importantes, y el Anexo, una sala tan repleta de objetos y piezas como caótica. 

https://historia.nationalgeographic.com.es/personajes/tutankamon

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