Faltan dos días para que el primer parque nacional del mundo cumpla 150 años desde su designación. Corría el año 1872 cuando, después de sesenta años de expediciones y discusiones parlamentarias en el Congreso de los Estados Unidos, el presidente Ulysses S. Grant firmó el acta que aprobaba la ley de protección de parque: The Act of Declaration. Era el 1 de marzo de 1872 y se estaba viviendo un momento histórico que establecía Yellowstone como el primer parque nacional estadounidense y el primero de su tipo en el mundo, y que sentaba las bases para la preservación de la biodiversidad y de la historia cultural del lugar. Después llegaría el turno de los parques nacionales de las Secuoyas y de Yosemite, ambos declarados en 1890, y de un total de 63 que hoy conforma el Sistema de Parques Nacionales de Estados Unidos.

En el continente europeo la protección llegó años más tarde que en el país norteamericano. Fue en 1909, cuando Suecia protegió como parques nacionales nueve de sus espacios naturales. Siete años después, el 8 de diciembre de 1916, España aprobaba la Ley de Parques Nacionales, que recogía el concepto estético y paisajístico de parque nacional, bajo el que se declararon en 1918 los dos primeros parques nacionales españoles: el de la Montaña de Covadonga -posteriormente renombrado Picos de Europa- y el de Ordesa.
No sería hasta 1954 cuando la Red de Parques Nacionales de España se vería ampliada con la incorporación del Teide y la Caldera de Taburiente, seguidos de Aigüestortes i Estany de Sant Maurici, Doñana, las Tablas de Damiel y el Timanfaya.
Hoy, Doñana afronta uno de los capítulos más preocupantes de su historia como área protegida como consecuencia de la legalización de regadíos, que convertiría 1.460 hectáreas de Doñana en suelo regable, amenazando así la sostenibilidad de un ecosistema excepcional donde habitan especies únicas, como el águila imperial ibérica y el lince ibérico.
A inicios del siglo pasado, la creación de canales de drenaje, monocultivos y la plantación de árboles como eucaliptos y pinos condenaron parte de la marisma. A mediados de siglo, los científicos José Antonio Valverde y Francisco Bernis llegaron por primera vez a Doñana para anillar pájaros y se dieron cuenta de la necesidad de proteger el destino. Se convertía así en un asunto internacional y ponía el primer grano de arena para la fundación de la organización World Wildlife Found (WWF). Después, se crearía oficialmente el Centro de Investigación de Doñana, cuyo primer director fue el mismo Valverde.

Doñana es uno de los parques nacionales con más usos compatibles del país, donde confluyen la ganadería extensiva, el carboneo, la recogida de piñas, la apicultura, el coquineo, actividades recreativas y el turismo. De hecho, en estos espacios naturales convergen los intereses conservacionistas, sociales y económicos que ponen sobre la mesa la necesidad de apostar por un turismo responsable que no altere el entorno. El centro de visitantes El Acebuche, cerca de la aldea del Rocío, da inicio a rutas a pie, en bicicleta o en todoterreno que muestran la diversidad del parque, donde confluyen ecosistemas tan diversos como las marismas del Guadalquivir y las dunas de Matalascañas, así como bosques de pinos y dehesas donde anidan las cigüeñas blancas.
La historia de la protección del patrimonio natural en los últimos siglos define, en parte, la transformación en la relación entre el medioambiente y el ser humano. De hecho, tras varias sentencias y reformas de ley, en España se amplió la protección de alguna de las áreas ya existentes y se crearon nuevos parques: Garajonay, Cabrera, Cabañeros, Sierra Nevada, Islas Atlánticas, Monfragüe, Guadarrama y Sierra de las Nieves, este último en 2021. En total son dieciséis, que hoy muestran al mundo todo su patrimonio natural y cultural, igual que hace Yellowstone desde hace 150 años.
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