Hay algo que tengo claro en esta vida: nunca me cansaré de visitar Roma. La Ciudad Eterna no es precisamente la meta ideal para relajarse —la viabilidad es la gran asignatura pendiente de la capital italiana —sin embargo, siempre tengo ganas de volver a dejarme invadir por su encanto inmortal. Esta vez la ciudad merecía una visita especial: tenía la grata tarea de contar su esencia en tres paseos, un artículo que podrás leer en el número de Viajes National Geographic del mes de enero. Llegué a Roma con la energía necesaria —y el calzado adecuado— para andar por los adoquines del centro, recorrer las vías más concurridas, sentarme en las plazas abarrotadas por turistas, levantar la mirada extasiada en cada esquina y disfrutar de todo el esplendor de sus ruinas. Visité monumentos, museos y galerías que, después de la pandemia, vuelven a estar repletos y que ahora hace falta reservar con precavida antelación. Descubrí los subterráneos del Coliseo, que se abrieron al público por primera vez en 2021, después de años de arduo trabajo arqueológico.
Roma me volvió a encandilar y elevar con su belleza; no hay otra ciudad en el mundo que me emocione tanto con la majestuosidad de sus monumentos acompañados por imponentes pinos centenarios, en la que me sienta como en casa sin haber estado más que unos días, como cualquier otro visitante. Quizás es lo mismo que sentían los poetas ingleses John Keats y Percy Bysshe Shelley cuando en el siglo XIX decidieron mudarse a Roma, el primero alojándose en lo que ahora es un museo dedicado a los artistas románticos en una ubicación inmejorable, justo a los pies de la maravillosa escalinata de Trinità dei Monti. Shelly decía que la ciudad desprendía una “sublime desolación”, mientras que durante su viaje por Italia, Johann Wolfgang von Goethe quedó prendado de Roma por un sentimiento que definió “vital y fértil” que lo conectaba con los orígenes de la humanidad.

Roma siempre ha atraído a artistas y personajes ilustres de distinta procedencia, que disfrutaban del clima mite y de la mayor cantidad de obras antiguas de arte por metro cuadrado que en cualquier otra urbe, algo que no ha mutado con el paso del tiempo.
Sin embargo, Roma no es solo sinónimo de arte clásico y ruinas. Es una capital viva, vibrante, entretenida, habitada por gente hospitalaria y afable, aunque con esa pizca de socarronería típica de los romanos; una ciudad que —mientras todo avanza a un ritmo frenético— tiene que confrontarse continuamente con sus gloriosos orígenes. Porque en Roma el pasado no te abandona nunca: en cada esquina guarda algún regalo, cada callejuela atesora algún fragmento de su increíble historia. Una ciudad que ha aprendido a avanzar a pesar de un pasado tan evidente, a menudo incómodo, como nos muestra la parada del metro San Giovanni convertida en un museo. Durante las obras de construcción de la nueva línea, se hallaron restos de valor inestimable que van desde la época imperial hasta la edad moderna, y ahora están expuestos en unos 3000 metros cuadrados, divididos en tres plantas.

Sin embargo, en cada visita a Roma se queda algo por ver: la ciudad siempre te reserva algún lugar. Por ejemplo, algunos monumentos suelen abrir al público solo en determinados días y horas, como la iglesia de Sant’Ivo alla Sapienza, obra maestra del escultor y arquitecto Francesco Borromini, a la que solo es posible acceder los domingos por la mañana.
Más allá de los monumentos clásicos, la cantidad —y calidad— de exposiciones que ofrece la capital italiana es tan grande que se aconseja revisar la agenda cultural al programar el viaje. Ahora mismo, en el Museo MAXXI de Zaha Hadid es posible ver una exposición en la que conversan presente y pasado, así como suele pasar en las calles de la ciudad. En ocasión del centenario del nacimiento de Pier Paolo Pasolini, el intelectual polifacético que con su producción literaria, cinematográfica y pictórica influenció la segunda mitad del siglo XX, el museo expone hasta marzo de 2023 una serie de obras de distintos artistas contemporáneos que con sus proyectos evocan el pensamiento político y el compromiso social de Pasolini. En el mismo museo se exhiben también las obras pictoricas de Bob Dylan, que por sus canciones recibió el premio Nobel de Literatura y se he convertido una de los mayores iconos de la cultura contemporánea mundial.

Otra exposición de carácter internacional que merece la pena visitar es la que muestra el trabajo literario de Virginia Woolf y el círculo Bloomsbury, que se encuentra en el Museo Nacional Romano y está realizada en colaboración con el National Portrait Gallery de Londres. El museo se halla cerca de Piazza Navona, en el espléndido Palacio Altemps, que desde el siglo XVI hasta el XX, cuando finalmente lo adquirió el Estado italiano, fue una residencia aristocrática dotada de una magnífica colección de arte y una impresionante biblioteca.
En Roma hay tanto por descubrir y por ver que en cada visita, antes de irme siquiera, ya estoy planteando volver a la Ciudad Eterna, la ciudad que nunca se acaba.

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